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Programas de la LBV ayudan a fortalecer la protección de las mujeres.

Giovanna Pinheiro

21/10/2016 | Viernes | 13:33 horas | Actualizado el 21/10 a las 16:03 horas

Acabar con la violencia de género es uno de los grandes desafíos de la agenda global para los próximos años. En 2013, un estudio divulgado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) reveló que el 35% de las mujeres han sido víctimas, por lo menos una vez en la vida, de actos de violencia cometidos por su pareja, familiares, conocidos o extraños.

Por esto, la Legión de la Buena Voluntad (LBV) trabaja para combatir esa práctica condenable y fortalecer la protección de las mujeres, además de promover iniciativas de concientización y movilización social que tengan como objetivo este tema. Cuando los profesionales de la LBV se enfrentan con mujeres atendidas que sufren algún tipo de agresión, el equipo multidisciplinario de la Institución les ofrece asistencia psicológica, o en los casos necesarios encaminan a las víctimas a la comisaría especializada.

Venciendo la violencia doméstica

Vivir en la calle es la realidad de muchas personas, incluyendo la de varias mujeres. Fue lo que vivió Guadalupe, madre de Luiz, de 5 años —nombres ficticios para preservar su identidad—, que viven en Montevideo, Uruguay. Ella conoció al marido en 2006 y, después de tres años, se casaron. Con el nacimiento del hijo tuvo que dejar el empleo para cuidar del bebé y de la casa. Fue en ese momento que empezaron las agresiones; primero psicológicas, con la indiferencia del esposo hacia Luiz.

Posteriormente, él se involucró con las drogas y la situación se agravó, llevando a que la integridad física de Guadalupe se viera amenazada: “Él me forzó a tener relaciones sexuales y, después, golpeó mi cabeza con un objeto pesado. (...) Además, mi casa se convirtió en un lugar para mujeres, drogas y alcohol”.

Para evitar tanto constreñimiento y dolor, la madre huyó de su residencia con su hijo y, como consecuencia de innumerables dificultades financieras, acabó viviendo durante cuatro meses en las calles con su niño. Luchadora, consiguió una oportunidad de empleo y conoció la mano amiga de la LBV de Uruguay, que le dio la oportunidad para que el niño pudiera estudiar en el Instituto Educativo y Cultural José de Paiva Netto. De esta forma, podría trabajar tranquila para conseguir el sustento del hogar.

Guadalupe hoy es otra persona. Ella afirma que readquirió la esperanza en días mejores. “Ahora, mi hijo y yo estamos felices, tenemos una nueva vida, yo estoy muy bien en mi trabajo —soy militar— y mi hijo es muy bien atendido en la escuela de la LBV. Estoy muy contenta de verlo tan feliz, porque nuestro pasado es solo eso: un pasado”.

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Exclusión y desigualdad de género

A pesar de que los índices de analfabetismo en Bolivia hayan disminuido, el problema aún tiene el “rostro de la mujer”. Tres de cada 100 personas son analfabetas en aquel país y, de ellas, dos son mujeres. Esto se debe mucho a los fenómenos de la exclusión y de la desigualdad de género. Amalia Apaza, de 30 años, madre de dos hijos, es una de ellas. Nacida en la comunidad de Humanata, en la provincia de Camacho, en una familia numerosa, cuenta que los padres pensaban que estudiar era “un derecho solo de los hombres”. Para ellos, explica Amalia, “las mujeres solo debían prender los trabajos de casa”.

A los 16 años se mudó a La Paz, capital boliviana, y se vio subordinada en ambientes sociales cada vez más competitivos. “En los primeros trabajos que conseguí como ayudante de cocina, sufrí maltratos por parte de mis empleadores, debido a mi falta de experiencia y, sobre todo, porque era muy tímida por no saber leer ni escribir”, recuerda.

Las humillaciones continuaron también después de casada. “Mi esposo decía que yo no servía para nada, que no lo ayudaba con los gastos de la casa, que solo sabía pedir dinero”, dijo.

El ciclo trágico de violencia psicológica fue interrumpido, en 2014, cuando Amalia, viviendo en el asentamiento de Buena Vista, en la ciudad de El Alto (aproximadamente a diez kilómetros de la capital del país), descubrió que un grupo de jóvenes y mujeres adultas participaban en las dependencias del centro social de la localidad, en cursos de alfabetización y de capacitación técnica promovidos por la Legión de la Buena Voluntad, para calificar la mano de obra femenina y generar renta.

Uno de los cursos de capacitación promovidos por la LBV de Bolivia.

“Poco a poco aprendí diferentes puntos [de tricot y crochet] y a hacer ajuares de bebés y, un día, una señora vio mi trabajo y me dijo que si quería podía llevar mis productos a su tienda para ponerlos en venta. A partir de esa fecha, vendo bien mis trabajos y siempre tengo más pedidos”, resalta.

La autonomía que conquistó también cambió el escenario en el hogar: “Mi compañero no me humilla más, además de ahora contribuir financieramente en casa, aprendí a valorarme como mujer, madre, y me esfuerzo para que mis hijos no sufran lo que yo sufrí. Le agradezco a la LBV por brindarnos cursos gratuitos, por esa oportunidad de aprender y, así, mejorar nuestras vidas”.